MIENTRAS UN gato callejero vive entre cuatro y cinco años, los míos, dos de los cuales me los encontré casi bebés en la calle, ya han alcanzado los once. A veces siento que tienen momentos tristes, como de depresión, a causa de los límites de Maracaná (78 metros cuadrados), y creo que necesitarían más aventura u horizonte, pero en estos días en que les veo superfelices al lado de la estufa (les dejo la estufa puesta hasta cuando me voy al trabajo, porque la temperatura en estas noches baja hasta los -5º), me vengo arriba y tengo ganas de decirles:
—Ni una queja, ¿eh? O si no devolved los seis años extras que ya habéis vivido conmigo, cabrones.