¿CUÁL ES la diferencia entre mis gatos en junio y mis gatos en noviembre? Que en junio caminan desperdigados por los 75 metros de Maracaná, cada uno a su rollo, y en noviembre en cambio se reúnen en torno a mí porque enciendo la estufa. Tengo a los tres en dos metros cuadrados y me da por pensar de nuevo en la unidad. ¿De dónde procede la unión, salvo del interés, la existencia de un enemigo o la lucha contra la injusticia? Cuando no se dan ninguna de estas tres causas no hay unión y aparece el individualismo ⇒aparece la variedad ⇒aparece la libertad ⇒aparece la salud.



DESCUBRO CON mucha consternación que, a la hora de jugar con mi gato Broma a la cuerda, que él trata de atrapar mientras yo la muevo de un lado a otro, estoy adoptando posturas y perfiles de torero. Tengo que quitarme como sea este defecto, a los toreros no hay que copiarles ni los gestos.



PIENSO A veces que debería dejar de tratar a mis gatos con voz de niño, porque dirigirse a ellos con esa voz atufa a paternalismo. Pero pienso luego que siempre que les hablo con voz de niño es porque les quiero y me lo paso bien con ellos, porque me hacen feliz, y en cambio cuando les hablo con voz de adulto es porque me han hecho alguna putada, me han tirado cosas, han devuelto encima de un libro o están montando el gran escandalazo, pegándose y arañándose entre ellos.

La solución en todo caso sería hablarles siempre con voz de niño, hagan lo que hagan, porque es la voz universal del amor y la felicidad, y reservar la voz de adulto para hablar con los animales no felinos, a ninguno de los cuales quiero, los humanos...



NUNCA ENTENDERÉ a los que dicen que los perros son animales subordinados y en cambio los gatos independientes. Es cierto que un perro, cuando llegas a casa, te recibe con una fanfarria de la que un gato no es capaz, pero luego ese perro, o al menos así se comportaba conmigo mi perro Argi, se tumba en un lugar de la casa y te deja en paz. Los gatos no se comportan así, al menos los míos. ¿Que vas a la cocina? Allí te acompañan tu gatos. ¿Que vas a mear? Allí te siguen hasta mirarte la polla. ¿Que quieres ducharte? Allí los tienes de nuevo. Y no te olvides, ojo, ni siquiera una vez en cien días, de dejarles vacío el cubo de comida, ni por una sola hora, porque te reciben con gritos, alaridos y dramas varios cuando llegas a Maracaná. ¡Qué coño van a ser independientes, son unos pelmazos homo-adictos de mucho cuidado!



OCHO MESES después de que me la comprara, mi gato Broma ha conseguido al fin tirar al suelo la pequeña bola del mundo que tengo en Maracaná, y mientras la recogía para volver a montarla, al darme cuenta de que estaba tratando al planeta como a un herido, me ha venido a la cabeza Quino y me he echado a reír. ¡A mis cuarenta y tantos, haciendo el papel de Mafalda!



IMPOSIBLE DORMIR más de ocho horas con gatos viviendo contigo. Porque los míos deben guardar dentro un reloj biológico que les alerta cuando me paso de ese número de horas, momento en que empiezan a arañar mi puerta. Que te levantes, macho, que ya te toca. Montaigne incluye en sus ensayos algunos ejemplos de la capacidad de los animales para medir el tiempo; y no recuerdo dónde leí que una de las razones que hizo fracasar la semana de diez días de los jacobinos, en los tiempos de la Revolución Francesa, es que los bueyes, acostumbrados a descansar los domingos, se negaban a tirar del arado cuando llegaba el séptimo día.



LA RAZÓN de no tener un geranio o una begonia en Maracaná se debe a mi falta de empatía. A veces me ha gustado pensar que nunca he tenido una planta en mis pisos porque carezco de la disciplina para cuidarla, pero esa es una excusa pobre, porque a mis tres gatos rara vez me olvido de ponerles agua y comida o de renovarles el arenero. Pero mis tres gatos están vivos de verdad, me hacen caso (demasiado), añaden combustible a mi ego, y en cambio las plantas no se mueven, no maúllan, no me dejan pasarles la mano por el lomo, no tiran libros, están ahí haciendo el tancredo, incapaces de salir de su papel de plantas. Qué minusvalía padezco con los paisajes despaciosos y los seres quietos y los tiempos sosegados, es un defecto gravísimo, no penséis que digo esto mirando a la cámara.


A VECES pienso que quizá a los gatos que viven conmigo les hubiera convenido un casero menos colgado que yo, pero pensando un poco más suelo cambiar de opinión, porque quizá nosotros dediquemos a los gatos un tiempo que no les dedican las personas instaladas.  Para el instalado un gato es un aspecto lateral de su vida, un elemento inferior a su familia, amigos o compañeros de trabajo, que se llevan la parte leonina de su calendario; para los colgados, en cambio, un gato ocupa el centro y a él le dedicamos toda nuestra agenda, es un milagro con bigotes al que agradecemos cada día que continúa con nosotros. Además los gatos me parece a mí que también tienen mucho de colgados.



HE IDO a acariciar a mi gato Broma así como sin querer, y sin ningún motivo me ha recibido como si fuera yo una mezcla de Adolf Hitler y Charles Manson. Vivir con gatos es una experiencia fascinante y a la vez desoladora, porque con ellos no vale aburguesarse ni dar el amor por descontado: hasta la más mínima caricia hay que ganársela. No creo que vivan del todo en el presente, como se dice, sino que su memoria se alarga a varios días, de modo que suelo valorar mi relación con ellos según cómo me ha ido en la última semana...


QUÉ GUAPA está mi gata Lorca. Los gatos pasan por épocas donde parecen más gatos que nunca. Es la época de Lorca. Le noto la sobre-gatedad en que ha aparcado su rencor habitual y se muestra en las últimas semanas más generosa y expansiva que nunca. Desde que comenzó a vivir en Maracaná, que es un piso cuatro veces más grande que Creta, no ha hecho más que mejorar su carácter. Parece que también los gatos se comportan mejor con los demás cuando van ganando


Un gato surrealista


ESO QUE hice hace cinco años con uno de mis gatos, lo de cambiarle el nombre original de Breton por Broma, quizá no fuera muy adecuado, pero la culpa del cambio la tuvo la analfabetada de Madrid, de por sí ingente, que comenzó a mirarme como si yo fuera la peor persona del mundo:

—¿Cómo le has podido poner ese nombre a un gato? ¡Si serás malo!

Parece que existe un tipo en España con apellido Bretón (con tilde), que debió de ser un asesino en serie o un violador de niñas, ya no recuerdo bien. Yo no tenía ni idea, porque desde hace diecisiete años que no tengo televisión y ya no me entero de las truculencias tipo niñas de Alcasser de las que antes me enteraba. El caso es que me influyó tanto que varias personas me miraran con cara de "este no debe ser muy buena persona si llama así a su pobre gato", que al final le cambié el nombre y le puse Broma, un nombre por cierto del que no me arrepiento, porque mi gato es una broma infinita.

Sobra decir a los que leéis este blog que le puse ese primer nombre en honor a André Breton, jefazo surrealista y gran admiración neorrabiosa, pero tú vete por Madrid preguntando a la gente quién es Breton y ya veréis el susto que os lleváis. Como para andar pensando en la gloria literaria, cuando cualquier violador o asesino se hace más famoso que uno de los autores más importantes del siglo XX.


DE LO bruto que he sido en el pasado ningún ejemplo mejor que la vez que Natalia, cuando se hallaba en mi antiguo piso Creta, tomó a la gata Lorca en sus brazos y, de pronto, plas, ¡le dio un beso! ¡Un beso a un gato! Me quedé muy impresionado, porque en Lauros en la vida vi que nadie le diera besos a los gatos: allí como mucho se les acaricia o se les deja que se te suban a las rodillas. ¡Cómo vas a besar a un gato, si se trata de un animal!

Pues bien: hoy es el día en que yo mismo doy besos a mis tres gatos, indicio indudable de hasta qué punto me estoy convirtiendo en alguien blando, sensiblero y descastado. Ya no queda casi traición que me quede por cometer: estoy seguro de que hasta acabaré teniendo amigos o algo peor.



LO QUE me quieren mis gatos. Ya lo he dicho otras veces, pero lo que me han querido esta mañana cuando he llegado a Maracaná ha sido algo superior, tan exagerado que hasta he pensado que había trampa, que me hacían tantas fiestas y se frotaban contra mis piernas porque quizá se me había olvidado dejarles comida y agua. Enseguida he comprobado que no había trampa y me estaban queriendo de forma altruista, aunque yo seguía sin fiarme y les iba diciendo en voz alta:

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os compre un Ferrari, no tengo dinero para Ferraris.

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os traiga una chica, ya no tengo ganas de chicas. 

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os consiga ratones amarillos, soy defensor de los ratones amarillos.



NOTABLE LA inteligencia de mi gata Lorca. Cada vez que oye el sonido clinnn que hace mi Windows al apagarse, se despierta de inmediato y se sube a mis rodillas para retenerme, porque sabe que cuando apago el portátil me suelo ir a la cama.

Otro ejemplo del que solo se da cuenta ella. Yo no suelo responder nunca ni al móvil ni al telefonillo, salvo que espere la llegada de algún libro, estantería o travelosura de AliExpress. Como Lorca se ha dado cuenta de que existe una conexión entre que yo responda al móvil y alguien aparezca en casa minutos después para entregarme un envío, nada más darse cuenta de que cojo la llamada echa a correr despavorida a esconderse detrás de la nevera, donde suele ocultarse por el terror que le producen las personas desconocidas que aparecen en Maracaná. Si la que me entrega el paquete es una mujer, Lorca abandona su refugio enseguida, porque parece que las voces femeninas no le causan temor, pero el único hombre del que no huye soy yo (si bien uno, como supongo que os habréis hecho a la idea, es la mínima cantidad de hombre que puede haber en un hombre).



PROCEDE LA felicidad de mis gatos de la falta de horizontes, de que sus objetivos son de cortísimo plazo: ahora quiero dormir, ahora comer, ahora jugar. Mis gatos no piensan en escribir Cien años de soledad, tampoco en apuntarse en el sistema de autocita para vacunarse, mucho menos en quién pagará su ataúd de pino dentro de equis años. Por eso caminan con esa cara sin prisa, como si hubieran leído a todos los sabios herbívoros y supieran que lo sano no es buscarle el sentido a la vida, sino dejar de buscárselo.


APARECIÓ UN gato de otro piso y arañó la puerta de Maracaná mientras mayaba desesperado, como perdido, pero pronto apareció una vecina que era su dueña y acabó con el drama. Sin embargo, todavía dos horas después, mis tres gatos, que habían escuchado los arañazos con manifiesta antipatía y propósito claro de enfrentarse, siguen patrullando Maracaná, muy alterados, turnándose a la hora de hacer guardia por si acaso regresa el enemigo.


SIEMPRE QUE voy al parque me entran ganas de tener un perro. Luego vuelvo a Maracaná, veo de nuevo a mis gatos y me arrepiento de haber pensado en ello.

Parece que relaciono los gatos con el olor a cerrado, el túnel dentro del túnel, mi cerebro enfermo y obsesivo. Y los perros con el campo abierto, el aire limpio, cierta apertura de mente. Pero en el parque no solo hay ventajas, ay: sucede que en el parque hay gente. Y si pasas muchas horas siempre aparece un idiota con ganas de hablarte.

¿Le interrumpirías tú en el parque a una persona que está leyendo? Yo tampoco.


SI LOS comparas conmigo, que vivo en constante desequilibrio, mis gatos muestran una paciencia y una serenidad propias de las criaturas más sabias del mundo, pero a veces, cuando nos llega algún ruido procedente de pisos de al lado, se invierten los papeles: yo no les doy ninguna importancia a esos ruidos porque mi cerebro los tiene identificados como no peligrosos; pero mis gatos los viven tan dramáticamente que hacen expediciones hacia la parte de donde proceden, poniendo mucho cuidado a la hora de acercarse, y no se tranquilizan hasta muchos minutos después de que hayan cesado. Es el momento en que yo me sonrío: ¡Ahora resulta que soy yo el sapientísimo gato y vosotros los humanos histéricos!


LLEGÓ EL frío, puse la estufa por primera vez y mis tres gatos enseguida se arrimaron a ella, porque Maracaná en noviembre ya es el Ártico: es el piso más frío que he tenido con diferencia, si bien es Bangkok si lo comparo con Lauros. El problema de encender mi estufa Orbegozo, además de los 120 euros de hostia al mes de Iberdrola, es que mis gatos toman nota enseguida y ya no me dejan dormir de sobra: si permanezco en la cama más de siete u ocho horas, comienzan a arañar la puerta de mi habitación. Ya no soy ese colgado con libro o portátil que les pone agua y comida: ahora soy sobre todo el-que-despierta-y-pone-la-estufa.


NUNCA TE cansas de mirar a un gato: que los hayan comparado con las mujeres relamiguapas me parece de las menores tonterías que se han dicho. Me pasma su anatomía, su flexibilidad, su manera de moverse como-mirando-a-la-cámara, pues todos los gatos nacen con un curso de modelaje en la sangre y con un cuerpo adecuado para moverse en todas las direcciones, al punto de que hasta un gato anciano puede hacer cosas que tú no hacías ni con quince años. ¿No os parece que nacieron de un extraño árbol de algodón y que por eso caminan con guantes? No es que desprecie mi diseño, pero el de ellos es mucho mejor.


¿CUÁL ES la diferencia entre mis gatos en junio y mis gatos en noviembre? Que en junio caminan desperdigados por los 75 metros de Maracaná, cada uno a su rollo, y en noviembre en cambio se reúnen en torno a mí porque enciendo la estufa. Tengo a los tres en dos metros cuadrados y me da por pensar de nuevo en la unidad. ¿De dónde procede la unión salvo del interés, la existencia de un enemigo o la lucha contra la injusticia? Cuando no se dan ninguna de estas tres causas no hay unión y aparece el individualismo ⇒aparece la variedad ⇒aparece la salud.

El cubo de las facultades gatunas


CÓMO ME afectarán los pormenores del deporte de elite que esta tarde, cuando he pisado sin querer a mi gato Broma (pero por culpa de él, que no sale de mis piernas cuando estoy cocinando) y él ha lanzado un maullido escandaloso, he pensado por un momento: “A ver si ahora Broma se pone tan vengativo como ayer se puso el jugador de los Pistons, Isaiah Stewart, y me persigue de por vida igual que a Lebron James”. Hasta me ha dado por esbozar un cuento sobre un gato que ensaya las más variadas represalias contra el dueño que le ha pisado, sin acordarse para nada de las veces que fue cuidado y alimentado por él. Sin embargo, no me ha pasado eso, qué me va a pasar si Broma es una delicia de gato que al de un minuto ya estaba de nuevo debajo de mis piernas.

Qué gato es Broma: os juro que de todos los que he tenido, lo mismo en Lauros que en Madrid, él es el cubo de las facultades gatunas, el más extraordinario que he visto. Tiene una característica que tenía Iratxe y que me gustaría que tuvieran todas las personas: la intensidad. Él todo lo hace intenso, lo mismo las cosas buenas que las malas. Incluso me ha sucedido, cuando trato de que no muerda o arañe a Lorca, que es una gata ya mayor que nunca se mete en líos, ¡que me bufa y me enseña las uñas, reivindicando su derecho de morder a los demás!

Si hay algo en pie, lo tira; si estoy durmiendo, me despierta; si le cierro una puerta, enseguida se pone a arañarla; cuando aparece alguien en casa, de inmediato se proclama su enemigo, pero luego es también el primero que desea hacerse amigo del extraño; en definitiva, es un gato alegre, vehemente, sociable, sano, lúdico, travieso, invasivo, generoso… ¡ya se me podían pegar cosas de él!



SOLÍA JUGAR con Broma con una cuerda azul, pero desde que le he comprado una cuerda naranja fluorescente, ya no quiere jugar más veces con la vieja. Ahora que le he comprado esta semana una cuerda amarilla fluorescente, la consecuencia inmediata es que tampoco quiere saber nada de la antigua naranja. 

¿Será a causa de los colores, será que le gusta cambiar de cuerda, o será que le gusta lo nuevo? Sigo sin llegar a una conclusión. Qué supercapacidades tiene Broma, vuelvo a decirlo, este gato es sin duda la estrella principal de Maracaná, yo solo soy el puto número 2 a su lado. Ayrton Senna: “El segundo es el primero de los perdedores”.


LO MAL que lo pasaron mis tres gatos con los petardos que sonaron anoche en la calle a cuenta de la Nochevieja. Es conocido que los perros lo pasan muy mal; pero ojo que a los gatos tampoco les gustan nada las detonaciones. Aunque habría que ir de uno en uno: a Broma, por ejemplo, le incomodaron muy poco, a Kobe bastante y a Lorca la tenían tan desquiciada, que cambiaba de continuo de lugar en Maracaná, pues ninguno le parecía adecuado para esconderse.

Mi último pensamiento antes de morir


VAYA SUSTO. Había encontrado en una tienda de segunda mano unas estanterías Billy iguales que las de Maracaná, por lo que he comprado dos y le he dicho a la dependienta:

—No hace falta transporte: ya las llevo yo.

Aquí ha comenzado el infierno. Solo me separaban 500 metros de casa, pero ya en los primeros cien he notado que algo no iba bien en mi cuerpo por la zona de los pulmones, que no es la misma desde que cogí el COVID hace casi dos años. Cuando llevaba 200 metros ya iba con la lengua fuera, al de 300 ya iba muerta: aún así, como la burra genética que soy, he conseguido llegar a Maracaná después de subir los cuatro pisos con la estantería de dos metros.

En Maracaná me he desplomado y he perdido el conocimiento, aunque no del todo: como los boxeadores que reciben un golpe fuerte pero no un KO, estaba en el medio-sueño. Pensaba que me moría, sin duda, pero advierto al lector de que habré pensado eso unas doscientas veces en mi vida. Y entonces ha llegado lo mejor: ¿sabéis en qué he pensado cuando no conseguía respirar y creía que me iba a morir? ¿En Iratxe? ¿En mi padre? ¿En Astobieta? ¡No, he pensado en que el bol de mis gatos estaba a la mitad y si me moría no iban a tener qué comer, pues vete a saber cuántas semanas pueden tardar en descubrir el cadáver de un insocial como yo! Por eso, cuando me he recuperado un poco, he ido dando tumbos hasta el bol de mis gatos para cubrírselo de comida, además de llenar un balde de agua y abrirles un saco de cuatro kilos de Brekkies para que tengan provisiones para un mes. Diez minutos después de hacer eso, he empezado a recuperar mi respiración normal.

Luego me he dado cuenta de que lo más adecuado, si estoy a punto de morir, es abrir la puerta principal de Maracaná para que mis gatos puedan escapar, pero eso no quita un ápice a la belleza de mi gesto. ¡Me iba a morir y he pensado SOLO en mis gatos, jajaja! Llevo unas horas con una opinión de mí misma excelente, la mejor en años.



HA DICHO el Papa Francisco, el subrayado es mío:
Hoy asistimos a una nueva forma de egoísmo. Vemos que algunas personas no quieren tener un hijo. A veces tienen uno, y ya está, pero tienen perros y gatos que toman el lugar de los niños. Esto puede hacer reír a la gente, pero es una realidad. Tener mascotas es una negación de la paternidad y la maternidad y nos menoscaba, nos quita nuestra humanidad. La consecuencia es que la civilización envejece sin humanidad y es el país el que sufre.
Preocupadísima estoy, es que esta noche igual no duermo de la tristeza que me genera que mi país sufra y la civilización envejezca a cuenta de que tengo gatos en vez de hijos. Cuando además el Papa sabe como yo que con más gatos y menos humanos el planeta estaría mucho mejor.


INCREÍBLE CÓMO ha cazado mi gato Broma una mosca gigante. Este gato mío no es buen cazador, al contrario que mi gata Lorca, pero cuenta con una energía inagotable y es muy constante en su caza. Cuando ha aparecido la mosca ha tratado de atraparla de un zarpazo, pero ha fallado y lo ha vuelto a hacer seis, siete, ocho veces, de modo que la mosca ha comenzado a agotarse y a posarse, pero Broma apenas le dejaba tiempo para descansar porque ¡zas! de nuevo aparecía con su zarpa y de nuevo fallaba. Al final ha ganado por agotamiento: después de quince minutos de persecución, que para una mosca es como hacer el Tour de Francia al completo, la misma que al principio volaba a la velocidad de Lewis Hamilton ya no podía con el alma... ¡y Broma la ha cogido con la boca, sin ningún esfuerzo! Una vez cazada, se la ha llevado a la salita y allí no sé qué habrá hecho con ella.

Los gatos de Elena Garro


DE LO complejos y susceptibles que son los escritores qué mejor anécdota que esta. Elena Garro y Bioy Casares mantuvieron una amistad/romance durante veinte años. Elena Garro relata así cómo terminó:
Mantuvimos una amistad que se prolongó durante 20 años, pero de repente se acabó. Fue un gran amor y creo que fui el amor de su vida. Cuando me fui de México después de 1968 tenía cuatro gatos y no los quería dejar aquí. Me vino a la mente recurrir a Bioy y entonces le mandé mis bichitos en una caja por avión a Buenos Aires, porque sabía que era muy rico y tenía casas grandes donde acogerlos. Aceptó y dijo “los recojo a todos”. Los tuvo un tiempo en su casa. Sin embargo, Pepe Blanco me escribió luego que se los había llevado a una casa de campo, a una quinta, y los había dejado ahí. Me dio coraje. Él adujo que lo había hecho para darles más libertad. Yo, en cambio, me dije: “Pobrecitos de mis gatos”. El amor que sentía por él se secó.
Aquí no le puedo dar la razón a Garro. Yo misma tengo tres gatos y no se los daría a nadie: si me echaran de mi piso, me iría con ellos a otro piso más pequeño; si me echaran a la calle, me iría con ellos a la calle. Si Garro se desprendió de ellos y los mandó a Argentina por un período tan largo, señal era de que no le eran tan imprescindibles.


NO SÉ dónde he leído estos días que los gatos apenas sufren por nuestra ausencia, porque son animales tan enganchados al presente que, decía el reportaje, “tu marcha de casa se la toman como si se les escapara una mosca”, algo que al de un minuto ya se les ha olvidado. Este detalle me dejó muy contento por lo que se refiere a los míos y me hizo envidiarlos una vez más: qué maravilla que los gatos sean tan gaseosos, es una lástima que yo no sea como ellos.