SIEMPRE QUE voy al parque me entran ganas de tener un perro. Luego vuelvo a Maracaná, veo de nuevo a mis gatos y me arrepiento de haber pensado en ello.

Parece que relaciono los gatos con el olor a cerrado, el túnel dentro del túnel, mi cerebro enfermo y obsesivo. Y los perros con el campo abierto, el aire limpio, cierta apertura de mente. Pero en el parque no solo hay ventajas, ay: sucede que en el parque hay gente. Y si pasas muchas horas siempre aparece un idiota con ganas de hablarte.

¿Le interrumpirías tú en el parque a una persona que está leyendo? Yo tampoco.