PROCEDE LA felicidad de mis gatos de la falta de horizontes, de que sus objetivos son de cortísimo plazo: ahora quiero dormir, ahora comer, ahora jugar. Mis gatos no piensan en escribir Cien años de soledad, tampoco en apuntarse en el sistema de autocita para vacunarse, mucho menos en quién pagará su ataúd de pino dentro de equis años. Por eso caminan con esa cara sin prisa, como si hubieran leído a todos los sabios herbívoros y supieran que lo sano no es buscarle el sentido a la vida, sino dejar de buscárselo.