ESO QUE hice hace cinco años con uno de mis gatos, lo de cambiarle el nombre original de Breton por Broma, quizá no fuera muy adecuado, pero la culpa del cambio la tuvo la analfabetada de Madrid, de por sí ingente, que comenzó a mirarme como si yo fuera la peor persona del mundo:
—¿Cómo le has podido poner ese nombre a un gato? ¡Si serás malo!
Parece que existe un tipo en España con apellido Bretón (con tilde), que debió de ser un asesino en serie o un violador de niñas, ya no recuerdo bien. Yo no tenía ni idea, porque desde hace diecisiete años que no tengo televisión y ya no me entero de las truculencias tipo niñas de Alcasser de las que antes me enteraba. El caso es que me influyó tanto que varias personas me miraran con cara de "este no debe ser muy buena persona si llama así a su pobre gato", que al final le cambié el nombre y le puse Broma, un nombre por cierto del que no me arrepiento, porque mi gato es una broma infinita.
Sobra decir a los que leéis este blog que le puse ese primer nombre en honor a André Breton, jefazo surrealista y gran admiración neorrabiosa, pero tú vete por Madrid preguntando a la gente quién es Breton y ya veréis el susto que os lleváis. Como para andar pensando en la gloria literaria, cuando cualquier violador o asesino se hace más famoso que uno de los autores más importantes del siglo XX.