HE IDO a acariciar a mi gato Broma así como sin querer, y sin ningún motivo me ha recibido como si fuera yo una mezcla de Adolf Hitler y Charles Manson. Vivir con gatos es una experiencia fascinante y a la vez desoladora, porque con ellos no vale aburguesarse ni dar el amor por descontado: hasta la más mínima caricia hay que ganársela. No creo que vivan del todo en el presente, como se dice, sino que su memoria se alarga a varios días, de modo que suelo valorar mi relación con ellos según cómo me ha ido en la última semana...