QUÉ BONITA es la vida en invierno con mis tres gatos reunidos en torno a mí, aunque mi Campanilla-Schopenhauer siempre me corrige: “Reunidos en torno a TU ESTUFA”.


LA SEMANA pasada estaba preocupada porque Broma, cuando le salió al paso un perro enorme en el patio, se quedó tan tranquilo y ni siquiera bufó ni se movió: menos mal que el perro era pacífico. Pensé: joder, claro, 12 años metido en un piso sin ver nunca a un perro, igual mi gato ha perdido el instinto natural que rechaza a esos animales. Sin embargo, hoy ha salido junto a Lorca y, como se les ha echado un perro encima y Lorca se le ha enfrentado, pues Lorca como gata que nació en la calle aún conserva los instintos, Broma la ha copiado de inmediato y ahí estaban los dos, la pareja gatucrónica, con el pelo erizado, el lomo arqueado y el rabo tres o cuatro veces su tamaño natural, bufando al pobre perro, que también era pacífico (pero no tanto, porque se echa encima de los gatos a mucha velocidad). Gracias a este episodio me he quedado más tranquila sobre las posibilidades de Broma (12 años) de llegar a gerontogato.


QUÉ JEFAZA es Lorca. Nos domina a Broma y a mí de tal manera que hasta se le está quedando un tic de faraona hierática y majestuosa a lo Nefertiti. Lorca es esa gata callejera que apareció con tres meses de edad en un barracón de Vallecas, hace casi catorce años (los cumple en noviembre), y que descubrí por un anuncio en Facebook. Cuando me puse en contacto con la que publicaba el anuncio y le trasladé que quería a esa gatita, me dijo:

—Vale, pero dame al menos tres días, a ver si se deja cazar.


TRECE AÑOS para catorce tiene ya Lorca, pero algunas cosas nunca cambian. Los conflictos con ella siempre surgen de la misma forma, cuando se acerca a mí para que le rasque en el cuello y en la zona comprendida entre los ojos y las orejas. Al principio todo va bien, pero cuando el momento se prolonga cinco, diez minutos, veinte... empiezo a cansarme y a comprobar que ella nunca se cansa. Al final tengo que mandarla a hacer gárgaras de una manera nada suave, porque ella vuelve e insiste varias veces para que le rasque más. No sé qué es más increíble de esta gata: la drogodependencia que tiene de mí, o que nunca se dé cuenta de que yo también necesito hacer mi vida.


NO SOPORTO que a los gatos se les llame “mascotas”, palabra que para mí tiene un matiz decorativo. Los míos no son mascotas: son psicólogos, son compañeros, son la barandilla en la que me apoyo para no caerme por las escaleras.


LO TACITURNO y dramático que está Broma desde la muerte de Kobe. Apenas me descuido me lo encuentro mayando así, con i griega, sin poder disimular su ausencia. En teoría eran enemigos y se arañaban continuamente, pero no hay que dejarse engañar por la supuesta rivalidad entre dos gatos. En cambio Lorca está tranquila, contenta, no parece que le afecte nada, es una gata de un egoísmo gongorino (ande yo caliente...), incluso parece más feliz, porque desde que murió Kobe estoy más pendiente de ellos y hasta les dejo dormir en mi cama.


SE HA muerto mi gato Kobe a causa de sus problemas renales. Tristeza incalificable. Lo peor es que me está entrando mala conciencia por el trato que le di en los once años que estuve con él, pues era un gato pesadísimo, que siempre quería caricias y mimos, y yo no le di ni el 10% de los que necesitaba. Tampoco le dejé dormir conmigo hasta el último mes, cuando ya estaba tan mal que apenas podía caminar. En fin. Llevo todo el día llorando. Increíble que solo haya llorado en mi vida tres veces por mi padre, ninguna por Iratxe, y ahora resulta que no se me puede morir un gato porque me paso todo el día llorando.


MIENTRAS UN gato callejero vive entre cuatro y cinco años, los míos, dos de los cuales me los encontré casi bebés en la calle, ya han alcanzado los once. A veces siento que tienen momentos tristes, como de depresión, a causa de los límites de Maracaná (78 metros cuadrados), y creo que necesitarían más aventura u horizonte, pero en estos días en que les veo superfelices al lado de la estufa (les dejo la estufa puesta hasta cuando me voy al trabajo, porque la temperatura en estas noches baja hasta los -5º), me vengo arriba y tengo ganas de decirles:

—Ni una queja, ¿eh? O si no devolved los seis años extras que ya habéis vivido conmigo, cabrones.


QUÉ DRAMA me han montado esta mañana mis gatos cuando he llegado a Maracaná, que es como Alaska por estos días. Ha sido ponerles la estufa y se han callado (pero ni las putas gracias me han dado, ya sabéis cómo son). Con mis gatos estoy llegando a la locura de que yo, cuando duermo de noche en Maracaná, no pongo la estufa en mi habitación por la razón de que me sale mucho dinero, pero en cambio la tengo que poner en la de ellos para que no se pongan a jeremiar.



¿CUÁL ES la diferencia entre mis gatos en junio y mis gatos en noviembre? Que en junio caminan desperdigados por los 75 metros de Maracaná, cada uno a su rollo, y en noviembre en cambio se reúnen en torno a mí porque enciendo la estufa. Tengo a los tres en dos metros cuadrados y me da por pensar de nuevo en la unidad. ¿De dónde procede la unión, salvo del interés, la existencia de un enemigo o la lucha contra la injusticia? Cuando no se dan ninguna de estas tres causas no hay unión y aparece el individualismo ⇒aparece la variedad ⇒aparece la libertad ⇒aparece la salud.



DESCUBRO CON mucha consternación que, a la hora de jugar con mi gato Broma a la cuerda, que él trata de atrapar mientras yo la muevo de un lado a otro, estoy adoptando posturas y perfiles de torero. Tengo que quitarme como sea este defecto, a los toreros no hay que copiarles ni los gestos.



PIENSO A veces que debería dejar de tratar a mis gatos con voz de niño, porque dirigirse a ellos con esa voz atufa a paternalismo. Pero pienso luego que siempre que les hablo con voz de niño es porque les quiero y me lo paso bien con ellos, porque me hacen feliz, y en cambio cuando les hablo con voz de adulto es porque me han hecho alguna putada, me han tirado cosas, han devuelto encima de un libro o están montando el gran escandalazo, pegándose y arañándose entre ellos.

La solución en todo caso sería hablarles siempre con voz de niño, hagan lo que hagan, porque es la voz universal del amor y la felicidad, y reservar la voz de adulto para hablar con los animales no felinos, a ninguno de los cuales quiero, los humanos...



NUNCA ENTENDERÉ a los que dicen que los perros son animales subordinados y en cambio los gatos independientes. Es cierto que un perro, cuando llegas a casa, te recibe con una fanfarria de la que un gato no es capaz, pero luego ese perro, o al menos así se comportaba conmigo mi perro Argi, se tumba en un lugar de la casa y te deja en paz. Los gatos no se comportan así, al menos los míos. ¿Que vas a la cocina? Allí te acompañan tu gatos. ¿Que vas a mear? Allí te siguen hasta mirarte la polla. ¿Que quieres ducharte? Allí los tienes de nuevo. Y no te olvides, ojo, ni siquiera una vez en cien días, de dejarles vacío el cubo de comida, ni por una sola hora, porque te reciben con gritos, alaridos y dramas varios cuando llegas a Maracaná. ¡Qué coño van a ser independientes, son unos pelmazos homo-adictos de mucho cuidado!



OCHO MESES después de que me la comprara, mi gato Broma ha conseguido al fin tirar al suelo la pequeña bola del mundo que tengo en Maracaná, y mientras la recogía para volver a montarla, al darme cuenta de que estaba tratando al planeta como a un herido, me ha venido a la cabeza Quino y me he echado a reír. ¡A mis cuarenta y tantos, haciendo el papel de Mafalda!



IMPOSIBLE DORMIR más de ocho horas con gatos viviendo contigo. Porque los míos deben guardar dentro un reloj biológico que les alerta cuando me paso de ese número de horas, momento en que empiezan a arañar mi puerta. Que te levantes, macho, que ya te toca. Montaigne incluye en sus ensayos algunos ejemplos de la capacidad de los animales para medir el tiempo; y no recuerdo dónde leí que una de las razones que hizo fracasar la semana de diez días de los jacobinos, en los tiempos de la Revolución Francesa, es que los bueyes, acostumbrados a descansar los domingos, se negaban a tirar del arado cuando llegaba el séptimo día.



LA RAZÓN de no tener un geranio o una begonia en Maracaná se debe a mi falta de empatía. A veces me ha gustado pensar que nunca he tenido una planta en mis pisos porque carezco de la disciplina para cuidarla, pero esa es una excusa pobre, porque a mis tres gatos rara vez me olvido de ponerles agua y comida o de renovarles el arenero. Pero mis tres gatos están vivos de verdad, me hacen caso (demasiado), añaden combustible a mi ego, y en cambio las plantas no se mueven, no maúllan, no me dejan pasarles la mano por el lomo, no tiran libros, están ahí haciendo el tancredo, incapaces de salir de su papel de plantas. Qué minusvalía padezco con los paisajes despaciosos y los seres quietos y los tiempos sosegados, es un defecto gravísimo, no penséis que digo esto mirando a la cámara.


A VECES pienso que quizá a los gatos que viven conmigo les hubiera convenido un casero menos colgado que yo, pero pensando un poco más suelo cambiar de opinión, porque quizá nosotros dediquemos a los gatos un tiempo que no les dedican las personas instaladas.  Para el instalado un gato es un aspecto lateral de su vida, un elemento inferior a su familia, amigos o compañeros de trabajo, que se llevan la parte leonina de su calendario; para los colgados, en cambio, un gato ocupa el centro y a él le dedicamos toda nuestra agenda, es un milagro con bigotes al que agradecemos cada día que continúa con nosotros. Además los gatos me parece a mí que también tienen mucho de colgados.



HE IDO a acariciar a mi gato Broma así como sin querer, y sin ningún motivo me ha recibido como si fuera yo una mezcla de Adolf Hitler y Charles Manson. Vivir con gatos es una experiencia fascinante y a la vez desoladora, porque con ellos no vale aburguesarse ni dar el amor por descontado: hasta la más mínima caricia hay que ganársela. No creo que vivan del todo en el presente, como se dice, sino que su memoria se alarga a varios días, de modo que suelo valorar mi relación con ellos según cómo me ha ido en la última semana...


QUÉ GUAPA está mi gata Lorca. Los gatos pasan por épocas donde parecen más gatos que nunca. Es la época de Lorca. Le noto la sobre-gatedad en que ha aparcado su rencor habitual y se muestra en las últimas semanas más generosa y expansiva que nunca. Desde que comenzó a vivir en Maracaná, que es un piso cuatro veces más grande que Creta, no ha hecho más que mejorar su carácter. Parece que también los gatos se comportan mejor con los demás cuando van ganando


Un gato surrealista


ESO QUE hice hace cinco años con uno de mis gatos, lo de cambiarle el nombre original de Breton por Broma, quizá no fuera muy adecuado, pero la culpa del cambio la tuvo la analfabetada de Madrid, de por sí ingente, que comenzó a mirarme como si yo fuera la peor persona del mundo:

—¿Cómo le has podido poner ese nombre a un gato? ¡Si serás malo!

Parece que existe un tipo en España con apellido Bretón (con tilde), que debió de ser un asesino en serie o un violador de niñas, ya no recuerdo bien. Yo no tenía ni idea, porque desde hace diecisiete años que no tengo televisión y ya no me entero de las truculencias tipo niñas de Alcasser de las que antes me enteraba. El caso es que me influyó tanto que varias personas me miraran con cara de "este no debe ser muy buena persona si llama así a su pobre gato", que al final le cambié el nombre y le puse Broma, un nombre por cierto del que no me arrepiento, porque mi gato es una broma infinita.

Sobra decir a los que leéis este blog que le puse ese primer nombre en honor a André Breton, jefazo surrealista y gran admiración neorrabiosa, pero tú vete por Madrid preguntando a la gente quién es Breton y ya veréis el susto que os lleváis. Como para andar pensando en la gloria literaria, cuando cualquier violador o asesino se hace más famoso que uno de los autores más importantes del siglo XX.


DE LO bruto que he sido en el pasado ningún ejemplo mejor que la vez que Natalia, cuando se hallaba en mi antiguo piso Creta, tomó a la gata Lorca en sus brazos y, de pronto, plas, ¡le dio un beso! ¡Un beso a un gato! Me quedé muy impresionado, porque en Lauros en la vida vi que nadie le diera besos a los gatos: allí como mucho se les acaricia o se les deja que se te suban a las rodillas. ¡Cómo vas a besar a un gato, si se trata de un animal!

Pues bien: hoy es el día en que yo mismo doy besos a mis tres gatos, indicio indudable de hasta qué punto me estoy convirtiendo en alguien blando, sensiblero y descastado. Ya no queda casi traición que me quede por cometer: estoy seguro de que hasta acabaré teniendo amigos o algo peor.



LO QUE me quieren mis gatos. Ya lo he dicho otras veces, pero lo que me han querido esta mañana cuando he llegado a Maracaná ha sido algo superior, tan exagerado que hasta he pensado que había trampa, que me hacían tantas fiestas y se frotaban contra mis piernas porque quizá se me había olvidado dejarles comida y agua. Enseguida he comprobado que no había trampa y me estaban queriendo de forma altruista, aunque yo seguía sin fiarme y les iba diciendo en voz alta:

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os compre un Ferrari, no tengo dinero para Ferraris.

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os traiga una chica, ya no tengo ganas de chicas. 

—Si estáis fingiendo que me queréis tanto para que os consiga ratones amarillos, soy defensor de los ratones amarillos.



NOTABLE LA inteligencia de mi gata Lorca. Cada vez que oye el sonido clinnn que hace mi Windows al apagarse, se despierta de inmediato y se sube a mis rodillas para retenerme, porque sabe que cuando apago el portátil me suelo ir a la cama.

Otro ejemplo del que solo se da cuenta ella. Yo no suelo responder nunca ni al móvil ni al telefonillo, salvo que espere la llegada de algún libro, estantería o travelosura de AliExpress. Como Lorca se ha dado cuenta de que existe una conexión entre que yo responda al móvil y alguien aparezca en casa minutos después para entregarme un envío, nada más darse cuenta de que cojo la llamada echa a correr despavorida a esconderse detrás de la nevera, donde suele ocultarse por el terror que le producen las personas desconocidas que aparecen en Maracaná. Si la que me entrega el paquete es una mujer, Lorca abandona su refugio enseguida, porque parece que las voces femeninas no le causan temor, pero el único hombre del que no huye soy yo (si bien uno, como supongo que os habréis hecho a la idea, es la mínima cantidad de hombre que puede haber en un hombre).



PROCEDE LA felicidad de mis gatos de la falta de horizontes, de que sus objetivos son de cortísimo plazo: ahora quiero dormir, ahora comer, ahora jugar. Mis gatos no piensan en escribir Cien años de soledad, tampoco en apuntarse en el sistema de autocita para vacunarse, mucho menos en quién pagará su ataúd de pino dentro de equis años. Por eso caminan con esa cara sin prisa, como si hubieran leído a todos los sabios herbívoros y supieran que lo sano no es buscarle el sentido a la vida, sino dejar de buscárselo.


APARECIÓ UN gato de otro piso y arañó la puerta de Maracaná mientras mayaba desesperado, como perdido, pero pronto apareció una vecina que era su dueña y acabó con el drama. Sin embargo, todavía dos horas después, mis tres gatos, que habían escuchado los arañazos con manifiesta antipatía y propósito claro de enfrentarse, siguen patrullando Maracaná, muy alterados, turnándose a la hora de hacer guardia por si acaso regresa el enemigo.


SIEMPRE QUE voy al parque me entran ganas de tener un perro. Luego vuelvo a Maracaná, veo de nuevo a mis gatos y me arrepiento de haber pensado en ello.

Parece que relaciono los gatos con el olor a cerrado, el túnel dentro del túnel, mi cerebro enfermo y obsesivo. Y los perros con el campo abierto, el aire limpio, cierta apertura de mente. Pero en el parque no solo hay ventajas, ay: sucede que en el parque hay gente. Y si pasas muchas horas siempre aparece un idiota con ganas de hablarte.

¿Le interrumpirías tú en el parque a una persona que está leyendo? Yo tampoco.


SI LOS comparas conmigo, que vivo en constante desequilibrio, mis gatos muestran una paciencia y una serenidad propias de las criaturas más sabias del mundo, pero a veces, cuando nos llega algún ruido procedente de pisos de al lado, se invierten los papeles: yo no les doy ninguna importancia a esos ruidos porque mi cerebro los tiene identificados como no peligrosos; pero mis gatos los viven tan dramáticamente que hacen expediciones hacia la parte de donde proceden, poniendo mucho cuidado a la hora de acercarse, y no se tranquilizan hasta muchos minutos después de que hayan cesado. Es el momento en que yo me sonrío: ¡Ahora resulta que soy yo el sapientísimo gato y vosotros los humanos histéricos!


LLEGÓ EL frío, puse la estufa por primera vez y mis tres gatos enseguida se arrimaron a ella, porque Maracaná en noviembre ya es el Ártico: es el piso más frío que he tenido con diferencia, si bien es Bangkok si lo comparo con Lauros. El problema de encender mi estufa Orbegozo, además de los 120 euros de hostia al mes de Iberdrola, es que mis gatos toman nota enseguida y ya no me dejan dormir de sobra: si permanezco en la cama más de siete u ocho horas, comienzan a arañar la puerta de mi habitación. Ya no soy ese colgado con libro o portátil que les pone agua y comida: ahora soy sobre todo el-que-despierta-y-pone-la-estufa.


NUNCA TE cansas de mirar a un gato: que los hayan comparado con las mujeres relamiguapas me parece de las menores tonterías que se han dicho. Me pasma su anatomía, su flexibilidad, su manera de moverse como-mirando-a-la-cámara, pues todos los gatos nacen con un curso de modelaje en la sangre y con un cuerpo adecuado para moverse en todas las direcciones, al punto de que hasta un gato anciano puede hacer cosas que tú no hacías ni con quince años. ¿No os parece que nacieron de un extraño árbol de algodón y que por eso caminan con guantes? No es que desprecie mi diseño, pero el de ellos es mucho mejor.


¿CUÁL ES la diferencia entre mis gatos en junio y mis gatos en noviembre? Que en junio caminan desperdigados por los 75 metros de Maracaná, cada uno a su rollo, y en noviembre en cambio se reúnen en torno a mí porque enciendo la estufa. Tengo a los tres en dos metros cuadrados y me da por pensar de nuevo en la unidad. ¿De dónde procede la unión salvo del interés, la existencia de un enemigo o la lucha contra la injusticia? Cuando no se dan ninguna de estas tres causas no hay unión y aparece el individualismo ⇒aparece la variedad ⇒aparece la salud.