TRECE AÑOS para catorce tiene ya Lorca, pero algunas cosas nunca cambian. Los conflictos con ella siempre surgen de la misma forma, cuando se acerca a mí para que le rasque en el cuello y en la zona comprendida entre los ojos y las orejas. Al principio todo va bien, pero cuando el momento se prolonga cinco, diez minutos, veinte... empiezo a cansarme y a comprobar que ella nunca se cansa. Al final tengo que mandarla a hacer gárgaras de una manera nada suave, porque ella vuelve e insiste varias veces para que le rasque más. No sé qué es más increíble de esta gata: la drogodependencia que tiene de mí, o que nunca se dé cuenta de que yo también necesito hacer mi vida.